lunes, 1 de junio de 2009

Un año más que se va...

Cuando era un niño me sentaba entre zorzales. Comiendo manzanas confitadas que un viejecito de aspecto muy anciano preparaba, anda tu a saber de que manera, para vender y llegar con algo de dinero a su pobre casa. No me gustan los ancianos. Le tengo miedo a los ancianos. No me gusta verlos, ni escucharlos. Mucho menos me gusta olerlos. Huelen a muerto en vida. A cementerio en desuso. (Sub)viven tratando de aferrarse a las cosas que todavia les dan vuelta por la remolacha de memoria que tienen, olvidando porque son lo que son y no otra cosa. Algunos se obsesionan con la trascendencia, otros solo quieren que la función se termine pronto y siguen dándole vueltas al asunto de seguir yendo hacia adelante de una manera que yo no entiendo. Es mucho más fácil tomar el "atajo", como le solía decir una niña que conocí en otras vidas. Ella lo tomó primero, con la arrogante precocidad de los que no se quedan esperando su turno. Los demás seguimos aqui, porque a los quince años las promesas son lo mismo que a los treinta: solo buenos deseos, pero sin nada que les pese como artes reales. La buena voluntad de seguir adelante con lo que hemos decidido no es suficiente para acompañar a los que se toman las cosas demasiado en serio. Estar y ser son cosas diametralmente opuestas a veces, pero no por eso mutuamente excluyentes.

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